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La gente de @CongoActual, que también escribe en www.elcongoenespanol.blogspot.com nos ha compartido un artículo muy interesante, que ofrecemos también en nuestro blog

La mala conciencia internacional que hace sufrir al pueblo congoleño

La idea no es nuestra sino de los congoleños Stewart Muhindo Kalyamughuma y Bienvenu Matumo, en su artículo Rwanda déstabiliser le Congo pour mieux le piller, que sirve de base a éste. Para entender la relación entre esa mala conciencia y buena parte del sufrimiento del pueblo congoleño es necesario repasar, aunque sea muy por encima, varios hechos históricos relativamente recientes, unos más o menos conocidos, otros poco conocidos y otros prácticamente desconocidos. Este repaso, en sí mismo, nos sorprenderá.

El genocidio ruandés y quienes lo hicieron posible

Empecemos, por orden cronológico, con el hecho histórico más conocido: el genocidio ruandés de 1994 cuando, entre abril y julio de ese año, principalmente en las primeras semanas de ese período, ejército y policía ruandesa junto a extremistas de la etnia hutu, mayoritaria en el país, masacraron a cientos de miles de ruandeses de la etnia tutsi -minoritaria- y a hutus moderados. Nunca se conocerán las cifras exactas pero ese genocidio costó la vida a entre medio y un millón de personas. El genocidio sólo lo concluyó la victoria militar del Frente Patriótico Ruandés, de mayoría tutsi, en la guerra civil desatada con anterioridad al propio genocidio y que puso en el poder, desde entonces y hasta hoy, a Paul Kagame.

Es en las primeras semanas del genocidio cuando surgen motivos para crear después esa «mala conciencia» por la completa pasividad, y hasta consentimiento en algún caso, por parte de la comunidad internacional, incluida la ONU, durante esos terribles hechos. Ante las primeras matanzas de civiles, iniciadas la noche del 6 de abril de 1994, los cascos azules no pudieron hacer otra cosa que mirar y defenderse sin intervenir, pues ese era el mandato que tenían en esos momentos y que Naciones Unidas no cambió. El 12 de abril acababa el interés extranjero en lo que estaba ocurriendo en Ruanda después de sacar del país a 655 personas de 22 nacionalidades. Y lo peor estaba por venir: la misión de la ONU para Ruanda, UNAMIR, no sólo no aumentaba y tomaba cartas en el asunto sino que el 21 de abril era reducida de 2.500 efectivos a 270, lo imprescindible para proteger al propio equipo de las Naciones Unidas. Los extremistas hutu tenían vía libre sin testigos ni oposición.

El Consejo de Seguridad tomaba esta decisión, pese a que en su Resolución 912 de ese día reconocía las matanzas que estaban ocurriendo, al sentirse «Horrorizado por la subsiguiente violencia en gran escala desencadenada en Rwanda, que ha causado la muerte de miles de civiles inocentes, entre ellos mujeres y niños». Pero este genocidio ni había surgido de pronto ni era una sorpresa para la ONU: el jefe de los cascos azules en Ruanda, el general canadiense Romeo Dallaire, había enviado el 11 de enero de ese año un fax a la sede en Nueva York informando de un plan del grupo paramilitar hutu Interahamwe para asesinar a 1.000 tutsi cada 20 minutos. Propuso, a su vez, una operación para incautar su armamento pero no fue autorizado a actuar.

Con todo ello, al Consejo de Seguridad de la ONU aún le costaba hablar de genocidio. Sólo algunos de sus miembros elegidos -Nueva Zelanda, España, República Checa y Argentina- lo defendían sin matices mientras que Estados Unidos y Gran Bretaña se opusieron a todo lo que no señalara lo que estaba ocurriendo en Ruanda como «actos genocidas de carácter aislado», lo que les ahorraba tener que intervenir. No fue hasta el 17 de mayo que Naciones Unidas reculó y decidió enviar tropas a Ruanda, pertenecientes a países africanos, aunque pasarían semanas hasta que esta decisión se hizo efectiva. Para entonces el 80% del genocidio estaba completado.

Después vendría otra acción de la ONU, en la que estuvo especialmente interesada e implicada Francia: la Operación Turquesa que, ante la inminente toma del poder en Ruanda por parte de los tutsi, creó un «pasillo humanitario» hacia el vecino Zaire -hoy República Democrática del Congo- para que se refugiaran allí ruandeses de la etnia hutu en general, temerosos de represalias que, si bien salvó muchas vidas, sirvió también para que huyeran, mezclados con ellos, los autores materiales del genocidio, quizá la verdadera intención francesa en esta operación.

Porque Francia tenía mucho que ocultar en todo lo relacionado con ese genocidio. Desde poco después de que el hutu Juvenal Habyarimana tomara el poder en Ruanda mediante un golpe de Estado en 1973, la República Francesa fue su firme aliado con acuerdos de cooperación militar, obviando su creciente racismo hacia los tutsi, sus continuas violaciones de los derechos humanos y llegando a participar militarmente con sus propias fuerzas en la lucha contra los rebeldes tutsi y a dar importantes préstamos para la compra de armas. Como relataba el periodista Mark Huband, testigo presencial, militares franceses llegaron a instruir a extremistas interahamwe, que luego asesinarían a cientos de miles de compatriotas ruandeses. 

Como suele ocurrir en estos casos, han tenido que pasar décadas para que una potencia europea se digne investigar sobre su actuación en un país africano y reconozca, aunque con limitaciones e infinidad de matices, que no lo hizo bien… En el caso de Francia durante el genocidio ruandés esto ocurrió hace sólo unos meses:

«Al entablar un conflicto en 1990 en el que no tenía antecedentes, Francia no supo escuchar las voces de quienes le habían advertido, o sobreestimó su fuerza al pensar en poder detener lo peor». «Francia no entendió que, al querer entorpecer un conflicto regional o una guerra civil, en realidad permanecía al lado de un régimen genocida. Al ignorar las advertencias de los observadores más lúcidos, Francia asumió una responsabilidad abrumadora en una espiral que terminó en lo peor, aunque precisamente trataba de evitarla». 

Estas eran las palabras del presidente francés, Emmanuel Macron el 27 de mayo  de 2021 en Kigali, capital de Ruanda, en el Memorial del genocidio contra los tutsi. Estas palabras seguían a las conclusiones de la investigación desarrollada a instancias del presidente francés por un grupo de 14 historiadores sobre la actuación francesa durante el genocidio, el Informe Duclert, que señalaba «abrumadoras y condenatorias responsabilidades» francesas en el genocidio si bien dejaba claro que no había encontrado evidencias de complicidad, además de cargar gran parte de esa responsabilidad sobre el presidente de entonces, el socialista Miterrand, fallecido en 1996, quien tenía «una relación fuerte, personal y directa» con el presidente hutu Habyarimana y su régimen «racista, corrupto y violento»

Con este informe y ese relativo reconocimiento, Francia parecía dejar zanjado el asunto y encarar, sin esa pesada carga, un nuevo tipo de la relaciones con el régimen ruandés pese a que éste, pocas semanas después de la publicación del Informe Duclert, hacía público otro similar encargado al bufete de abogados americano Levy Firestone Muse que calificaba a Francia de «colaborador indispensable» en el genocidio: «El Estado francés no estaba ni cegado ni era inconsciente respecto a un genocidio previsible» afirmaban estos abogados, si bien tampoco habían encontrado evidencias de la participación de ciudadanos franceses en estos crímenes .

Y todo esto, ¿qué tiene que ver con el pueblo congoleño?

El pasillo humanitario que creó Francia entre Ruanda y Zaire, si bien salvó vidas como hemos dicho, y sirvió para desarmar a hutus que cruzaban la frontera, provocó varias cosas menos deseables: cientos de miles de ruandeses cruzaron la frontera en pocos días -y llegaron a ser, según algunas estimaciones, dos millones de refugiados hasta que comenzó la repatriación-, amontonó a decenas de miles en campos de Goma y Bukavu, ciudades a orillas del lago Kivu, fronterizo entre ambos países, y creó un poder hutu pegado a la Ruanda donde ahora mandaban los tutsi, con la firme intención de derrocar al nuevo gobierno. El cólera y otras enfermedades acabó en unas cuantas semanas con miles de refugiados en los campos de Goma -hasta 80.000 en el verano de 1994, según algunas fuentes- y el nuevo poder hutu resultó intolerable tanto para los tutsi de Ruanda como para los banyamulenge, tutsis que vivían desde hacía generaciones en el Este zaireño.

Para entonces, la larguísima dictadura de Mobutu en Zaire se estaba derrumbando tras más de 30 años de régimen cleptocrático, abandonada a su suerte por las potencias occidentales tras la caída del muro de Berlín. La presión de las autoridades zaireñas sobre la población banyamulenge, poniéndolos al mismo nivel de ruandeses y burundeses a los que querían expulsar, los sangrientos choques entre banyamulenges y el Ejército zaireño y la presión del poder hutu sobre la población tutsi en el Zaire, fueran zaireños o ruandeses, determinó la actitud de Ruanda. Apoyando a la oposición armada a Mobutu, propició su unión en la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación de Congo-Zaire (AFDL) -entre la que también se encontraban fuerzas tutsi- y penetró en Zaire apoyando a las fuerzas anti-mobutistas. Si esto fue así o, simplemente, Ruanda invadió Zaire apoyada por la oposición contra Mobutu, es algo difícil de dilucidar.

En cualquier caso se iniciaba la denominada Primera Guerra del Congo, uno de los hechos históricos más conocidos . Mientras el Ejército zaireño se derrumbaba -nadie quería morir por una dictadura y un dictador moribundos- las fuerzas que habían penetrado en Zaire se dedicaban a dos cosas: avanzar hacia Kinshasa… y exterminar a todos los hutu que se encontraban a su paso. Esto último lo hicieron tanto soldados ruandeses como rebeldes de las AFDL y consistía en atacar los campos de refugiados y, a los que sobrevivían y huían, perseguirlos hasta la muerte. La guerra contra Mobutu no fue especialmente cruenta y bastaron siete meses para echarlo del poder y del país pero el mayor coste estuvo en los refugiados hutu ruandeses que, en un genocidio al revés y fuera de Ruanda, pudo costar la vida a 200.000 personas.

Éste, precisamente, sí es un hecho histórico casi completamente ignorado a todo los niveles -sobre el que volveremos más adelante- ¿Cuántas personas de las que están leyendo este artículo habían oído hablar alguna vez de ello?

La toma del poder en Kinshasa por la AFDL significó, en realidad, la toma del poder de su principal líder, Laurent Kabila, que se convirtió casi en un nuevo dictador sobre el apoyo de militares ruandeses, sin saber hasta qué punto era Kabila o Ruanda quien fijaba el destino del Congo. La mayor evidencia del poder que tenía Ruanda en el nuevo régimen congoleño era que un ruandés criado en Uganda, James Kabarebe, fue puesto por Kabila al frente del nuevo ejército congoleño. No en vano Kabarebe, hoy asesor del presidente ruandés Paul Kagame, había sido fundamental en la ofensiva de la AFDL contra Mobutu .

Poco más de un año tardó Laurent Kabila en decidir quitarse de encima la tutela ruandesa y en 1998 expulsó a los militares ruandeses y destituyó a Kabarebe como jefe del ejército. Entonces, los mismos que habían llevado al poder a Laurent Kabila iniciaron una nueva ofensiva para derrocarlo y el propio Kabarebe la lideró, junto a fuerzas ugandesas y opositores a Kabila. La ofensiva ruandesa llegó hasta la misma Kinshasa y sólo el apoyo a Kabila de Namibia, Zimbabwe y Angola evitó la nueva toma de la capital. Comenzaba así la denominada Guerra Mundial Africana -o Segunda Guerra del Congo- relativamente conocida porque, pese a que fue noticia, pasó más o menos desapercibida en nuestros medios de comunicación en comparación con su envergadura: el mayor conflicto bélico desde la Segunda Guerra Mundial que acabó con la vida de millones de personas, sobre todo congoleños, en sólo unos años  pues finalizó en 2003.

Sin entrar en más detalles sobre este terrible conflicto, es necesario resaltar dos cosas: su nombre se debe a que entre 1998 y 2003 el Congo fue el territorio donde ocho ejércitos africanos, separados en dos bandos -aunque algunos también lucharon entre sí-, a favor y en contra de Kabila, libraron una cruel guerra que sufrió la población congoleña -con hambre, enfermedades, miseria- atendiendo sobre todo a los intereses particulares de cada país participante. Eso significó que por el bando anti-Kabila, Ruanda y Uganda ocuparan territorios congoleños más extensos que sus propios países y se apropiaran de sus recursos naturales, explotándolos como propios. De pronto, y casi desde la nada, Ruanda se convertía en el mayor productor de tantalio -que se obtiene del coltan-, durante los años de Guerra Mundial Africana, cayendo en picado tras 2004 aunque, como veremos,  siguió y sigue siendo un gran productor de ese codiciado metal.

Cuando finalmente acabó esa terrible guerra y se firmaron todos los acuerdos para que los Ejércitos extranjeros abandonaran el suelo congoleño, la guerra quedó enquistada, hasta hoy, en el Este, fronterizo con Ruanda y Uganda y rico en oro, casiterita, wolframio y coltan. Un tutsi congoleño, Laurent Nkunda, consideró que su pueblo no quedaba protegido por los acuerdos de paz y siguió la lucha liderando un grupo armado -Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo, CNDP-. Ruanda lo siguió apoyando, abasteciéndolo de armas, facilitando el reclutamiento de soldados -incluidos niños- en territorio ruandés por parte de los rebeldes… e interviniendo en lo que ya se llamaba República Democrática del Congo y explotando sus recursos aunque, curiosamente, fueron fuerzas ruandesas, tras un acuerdo con la RDC, las que entraron en el Congo, derrotaron y arrestaron a Nkunda, al que se llevaron a Ruanda.

La mala conciencia que paga el pueblo congoleño

Es fácil entender esa mala conciencia, no sólo en Francia, sino entre las democracias occidentales en general y la propia ONU, por su innegable responsabilidad en no haber hecho nada por detener uno de los mayores genocidios de nuestro tiempo y una catastrófica explosión de violencia en una región tan inestable como la de los Grandes Lagos -aunque esto último parece que lo obvian de continuo y esa obviedad alimenta la violencia en la zona, como veremos.

«La comunidad internacional, reprochándose su inacción durante el genocidio de los tutsis en Ruanda en 1994, siempre ha tratado a Paul Kagame con gran respeto» se dice en el artículo que citábamos al principio.

Para Occidente, el régimen ruandés de Paul Kagame ha sido la niña bonita de la zona de los Grandes Lagos e incluso de toda África: se le ha consentido todo, apoyado económicamente y puesto como ejemplo de desarrollo económico, igualdad de género, reconciliación nacional, pacificación, lucha contra la corrupción… Y ello sobre dos pilares: cerrar los ojos -de nuevo- ante crímenes y violaciones de los derechos humanos y sacrificar al vecino Congo en aras de una imagen falsa y un desarrollo muy relativo. En esta última parte, el pueblo congoleño pone el sufrimiento. Veámoslo.

El líder todopoderoso de la Ruanda de la reconciliación y la paz y su partido, el Frente Patriótico Ruandés, tendrían que responder de muchos crímenes… si alguien se atreviera a investigar. Primero estarían los asesinatos masivos de hutus durante su avance militar hasta la toma del poder, período en el que se barajan cifras muy dispares pero que suelen coincidir en torno a varias decenas de miles, a lo que habría que sumar la masacre en abril de 1995 del campo de desplazados de Kibeho, donde el Ejército Patriótico Ruandés asesinó a miles de refugiados hutu -entre 5.000 y 8.000- entre los que podría haber responsables del genocidio. Ruanda siempre impide investigar y, cuando reconoce algo -338 muertos en Kibeho, por ejemplo- su versión es la única. Quien se une a Ruanda en la negación de la violencia siempre tiene el argumento de que no existen datos fiables. Y si la comunidad internacional mira hacia otro lado, los ruandeses que no quieren hacerlo acaban encarcelados por «ideología de genocidio»

Pero, como se citaba antes, el mayor baño de sangre y muerte ocurrió en la RDC en la guerra que inició Ruanda y la oposición armada para derrocar al dictador Mobutu y donde las cifras de hutus asesinados en los campos de refugiados o mientras huían o por pura extenuación pueden sumar cientos de miles. En este caso sí hay investigaciones internacionales que no dejan duda de los crímenes cometidos. El Informe Garretón y, sobre todo, el Informe Mapping, ambos desarrollados por la ONU, son un catálogo de barbaridades contra el pueblo congoleño y los refugiados hutu infringidas por Ruanda y sus aliados pero permanecen guardados, sin que su existencia sirva para juzgar a nadie, e ignorados por la opinión pública como si nada hubiera ocurrido, por mucho que pueda resultar increíble.

«Varios incidentes enumerados en este informe, si se investigan y prueban en un tribunal competente, revelan circunstancias y hechos de los que un tribunal podría inferir la intención de destruir parcialmente el grupo étnico hutu en la República Democrática del Congo, si se establecen más allá de una duda razonable. La escala de los crímenes y el gran número de víctimas, probablemente varias decenas de miles, de todas las nacionalidades, quedan demostrados por los numerosos incidentes enumerados en el informe», cita el Informe Mapping

El innegable desarrollo económico de Ruanda hace también mirar hacia otro lado sobre su pasado y presente, primando los beneficios económicos que se pueden conseguir en el país de las mil colinas. Pero este desarrollo económico tiene mucho que ver con la citada mala conciencia occidental y con el vecino Congo. En primer lugar porque se apoya sobremanera en la ayuda internacional. En segundo porque los recursos naturales congoleños han sido y son parte de este «milagro», eso sí, obtenidos ilegalmente.

Como hemos visto, la ocupación militar ruandesa de una extensísima parte del entonces Zaire convirtió a este pequeño país en uno de los principales productores de tantalio. Si bien Uganda no se quedó atrás durante los años de la Guerra Mundial Africana, recientemente ha sido condenada por la Corte Internacional de Justicia de la ONU a indemnizar a la RDC con 335 millones de dólares por las muertes y daños de guerra que ocasionaron los miembros de su ejército y los recursos que sustrajeron -una ínfima cantidad frente a los 11.348 millones que reclamaba el gobierno congoleño. Nada similar ha ocurrido con Ruanda ni nadie va a calcular cuánto del desarrollo económico ruandés se debe a la evidente apropiación de recursos naturales congoleños utilizando la fuerza militar.

Pero los recursos naturales congoleños siguen llegando ilegalmente a Ruanda y nutriendo su economía. El año pasado la minera Bay View, con inversiones en Ruanda, valoraba la producción ruandesa de coltan en 20 millones de dólares y sus exportaciones en 412. La propia Ruanda cifraba en 2008 sus exportaciones de estaño en 2.679 toneladas mientras que su mina de mayor producción de este mineral, la de Gatumba, produce 5 toneladas al mes. Un grupo de expertos de la ONU confirmaba con sus investigaciones la importancia de Uganda y Ruanda en la exportación ilegal de oro congoleño que, si bien, suele acabar en Dubai, es trasladado por avión en maletines por los traficantes desde la RDC hasta Kigali como paso previo…

Ruanda ha seguido entrando, bien son sus fuerzas o con las de grupos armados que apoya, en el territorio nacional congoleño después de que finalizaran las guerras -tras la defenestración citada de Laurent Nkunda- en una zona, la del Este de la República Democrática del Congo, donde ha quedado enquistado, herencia de las ocupaciones ugandesa y ruandesa, de sus aliados y de las milicias de autodefensa mai-mai que se opusieron a éstas, una violencia bélica permanente. Los tutsi congoleños, como aliados suyos, y el poder hutu de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda, FDLR, suelen estar en la actividad militar de Ruanda en la zona, que la desestabiliza permanentemente y fomenta el saqueo de aquella rica región.

En abril de 2012 surgió la milicia del M23, formada por antiguos miembros del CNDP de Laurent Nkunda que, tras haberse incorporado al Ejército regular congoleño, lo abandonaron y guerrearon contra él, llegando a ocupar la capital de la provincia de Kivu Norte, Goma, durante varios días. Abandonó la lucha armada en noviembre de 2013 pero para entonces ya había cometido casi todos los crímenes posibles: masacres, violaciones masivas, reclutamiento de menores, esclavitud sexual… Su principal líder, el tutsi Bosco Ntaganda, alías Terminator, tejió durante ese tiempo una red de contrabando de minerales que, según Global Witness, le reportaba 15.000 dólares a la semana. Hoy cumple condena de 30 años por crímenes de guerra y lesa humanidad. La ONU, al igual que otras organizaciones, señalaba al régimen ruandés como apoyo del M23. Desde finales de 2021 se achaca al resurgimiento de este grupo ataques sufridos por el Ejército congoleño en el territorio de Rutshuru (Kivu Norte) que han provocaron la huida de miles de congoleños hacia Uganda.

Como decíamos, el propio Ejército ruandés no tiene reparo en cruzar la frontera con la RDC y atacar a sus enemigos hutu o a los aliados de éstos, como han constatado los propios habitatantes de la zona según el  Baromètre Sécuritaire du Kivu o la ONU.

Jason Stearns, director del Congo Study Group, lo explicaba así:

«Es un poco complicado hablar de la presencia de soldados ruandeses en el este del Congo hoy porque, si se mira de cerca, esta presencia casi nunca ha cesado desde el final de la guerra oficial»  «No es solo que el ejército ruandés esté allí para operar contra los rebeldes ruandeses, sino que tiene repercusiones considerables en la población civil y refugiada»

En resumidas cuentas

En la actualidad las relaciones entre los presidentes congoleño y ruandés, Felix Tshisekedi y Paul Kagame, son excelentes, sin que al primero le importe las reiteradas negaciones del segundo de que Ruanda haya cometido ninguna fechoría en el Congo. Son las víctimas de todos estos atropellos, como Tatiana Mukanire, que lidera a las supervivientes de la violencia sexual, o congoleños como el Premio Nobel de la Paz Denis Mukwege, quienes luchan contra el olvido de todo lo que el régimen ruandés ha hecho contra el pueblo congoleño. Crímenes suficientemente constatados que no importan a la comunidad internacional, pendiente sobre todo de calmar su conciencia por su ineficacia durante el genocidio tutsi, como el que paga una cuota para enterrar sus responsabilidades, y dedicada a obtener beneficios en una Ruanda que resulta un excelente nicho de negocio siempre que se obvien las violaciones de derechos humanos en el país y el continuo saqueo de los recursos naturales congoleños.

Volvemos así al título del artículo en que éste se inspira: Ruanda: Desestabilizar el Congo para saquearlo mejor, porque la endémica violencia que sufre el rico Este congoleño y sus habitantes, entregado a decenas de grupos sanguinarios, debilita permanentemente a un gobierno y un Ejército congoleños históricamente débiles, incapaz uno y otro de controlar sus fronteras y de parar los pies, política o militarmente, a todo el que quiere llevarse lo que sólo pertenece al pueblo congoleño, lo que facilita que sus recursos nos sigan llegando de manera barata e ilimitada mientras ese pueblo parece resignarse a la miseria, la violencia y la indiferencia de propios y extraños.

@CongoActual