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Hoy, 12 de agosto celebramos el Día Mundial de la Juventud 2016. El lema propuesto por la ONU para este año es “Juventud que lidera la sostenibilidad”, pensando en el papel que representarán las personas jóvenes de hoy en la consecución de los ODS 2030.

 

Es bueno, y muy característico de las personas jóvenes, albergar grandes ideales, pero para liderar la sostenibilidad en 2030 debemos trazar la ruta con otros conceptos para vivir a diario, como son la solidaridad y la inclusión.

No es posible alcanzar la sostenibilidad sin una solidaridad inclusiva, porque no todas las personas jóvenes parten de las mismas bases, ni tienen las mismas oportunidades, ni van al mismo ritmo. ¿Qué sería, en este caso, la SOLIDARIDAD INCLUSIVA? ¿Un pleonasmo, una redundancia? En cierto sentido, sí, pero cada palabra despliega sus matices.

Solidaridad implica que Todos somos responsables de todos. Cada joven es libre pero si, por cualquier causa, se va quedando atrás, otros jóvenes le darán una mano para que ese pequeño retraso no se convierta en una brecha insalvable.

¿Y la inclusión? Es otra vertiente de la solidaridad que llega más lejos porque hace fijar la mirada en las personas jóvenes en riesgo. Los factores de riesgo son diversos y múltiples; externos, como la enfermedad, la situación política del país, algunos aspectos de algunas culturas; o internos, el riesgo para los demás puede estar en nuestro interior: los prejuicios, el cultivo de una cultura de la violencia, la cerrazón a lo diferente. Por eso, la juventud solidaria e inclusiva es la que se siente responsable del resto y tiene capacidad de incluir a todas las demás personas, independientemente de su estado físico o mental, de su cultura, raza, lengua, credo, sexo o cualquier otra condición que se nos ocurra.

Este año nos está ofreciendo muchas imágenes inspiradoras de las personas jóvenes: desde el comienzo de la crisis de los refugiados hay jóvenes alertando, rescatando, acogiendo, acompañando a tantas personas que pasan uno de los peores momentos de sus vidas. En otro plano, los Juegos Olímpicos nos cuentan estos días tantas historias valientes, de superación, compromiso y resiliencia, como el equipo de deportistas refugiados, el selfie de las dos deportistas coreanas (del norte y del sur) o la propia Simone Biles, Medalla de oro en Gimnasia, que superó con ayuda del deporte el abandono sufrido en su infancia. Además estamos viendo cómo avanza el mestizaje: una bandera ya no anuncia la raza de sus deportistas. Y esto es bonito y esperanzador. También han sido jóvenes las personas que se han dejado retar por Francisco en Cracovia: ”Tened la valentía de enseñarnos que es más fácil construir puentes que levantar muros”

La Solidaridad Inclusiva no es una expresión happy, perfecta para escribir superficialmente en el twitter, sino que es una filosofía y un modo de vivir, una tarea que, como todas las que persiguen metas valiosas, es dura, a veces esconde su sentido y siempre parece que queda mucho por hacer. Sin embargo es imprescindible y además merece la pena.

Con mucha frecuencia los adultos expresan su deseo de dejar un mundo mejor a las generaciones que vienen detrás. Pero estas generaciones pueden y deben empezar a construir ellas mismas el mundo en el que quieren vivir.

Por todo ello, apostamos porque la sostenibilidad de 2030 pasa por la acción conjunta hoy, sin perder un minuto, de las personas jóvenes por construir una cultura solidaria e inclusiva en todo el mundo, también en zonas donde se respira violencia, se vive de los prejucios o se mantiene la distancia con el “otro”.